Carolina Zamudio | Rituales del azar (Selección de poemas) Antología Doble Fondo XII


Carolina Zamudio nació en Curuzú Cuatiá, un bellísimo y antiguo pueblo de Corrientes, Argentina, y reside hoy en Puerto Colombia, Atlántico, Colombia. Entre un lugar y otro ha mediado una vida tocada por residencias en Medio Oriente y en Europa; una vida, esa, que en el mundo de un poeta se plasma en valiosa obra de un lirismo que va de lo íntimo y confesional hasta la luz de la experiencia revelada.

La poesía de esta autora construye un espacio donde lo cotidiano se enuncia y aspira a lo trascendente. Para que ello suceda, es necesario un tú, que en el caso de esta poética se trata de un interlocutor amoroso en armonía con el sujeto de la enunciación. Por esta razón, el amor es uno de los temas que sostiene esta poética, atravesada por un temple cuya fuerza de origen capta, imprime, resalta y proyecta las emociones. La vida es movimiento y la poeta crea sus textos con la conciencia de quien escribe para no morir o —simplemente, nada menos— para no desaparecer. 

Desde lo formal, el verso libre rige el discurso mientras imagen y metáfora son el recurso elegido: podemos así afirmar que estamos ante una poesía de lenguaje surrealista donde la recurrencia de imágenes y metáforas se trama con sutileza original para resaltar la paradoja. Lo insólito es con frecuencia el aleph que justifica o marca el punto de partida para un decir que, muchas veces, se resuelve como en un caleidoscopio sorprendente.     

En el arco de la multiplicidad de poéticas contemporáneas se evidencia, una y otra vez, el deseo de desdibujar o borrar el yo, para distanciar y distanciarse del discurso y crear así un efecto de pura objetividad. En este caso, la conciencia del yo tiene un peso fundamental. La escritora se instala en el centro mismo del poema para emitir un discurso que expresa las diferentes dimensiones que presenta el sujeto de la enunciación —un sujeto ineludible que genera el discurso por y desde él. 

A lo largo de los textos de “Rituales del azar” se constatan pertenencia y esencia: lo que se tiene y lo que no se tiene; la expresión de lo que se es y de lo que no. Algo así como la urgencia o necesidad de nombrar y decir lo que existe para que ello tenga una presencia real, como si la palabra fuera la que instaurara la realidad y todo lo que existe tuviese ese estado por el hecho de haber sido pronunciado.

Al amor, tema sobresaliente en este conjunto, se suma, en segundo término, la muerte. Y entre ambos cuenta la sensualidad de la palabra  —esa que la autora ha cribado tras su vital contacto con paisajes y experiencias deslumbrantes y conmovedoras. Acotemos que la muerte, también, surge como una constatación de lo que existe y la sensualidad que emerge de esta combinación queda sugerida con extrema sutileza: no se trata de una poesía que reafirme el género o tenga visos de erotismo trillado. De estos elementos combinados nace, también, la necesidad de la belleza y su constante búsqueda, ya desde el discurso, ya desde la elección de las palabras para construir cada poema. 

En esta búsqueda de lo que existe y de la ubicación del yo de la enunciación en este mundo, el camino a transitar muchas veces es azaroso y repentino. Por esta razón, la naturaleza cobra un papel fundamental: porque apela a los sentidos o porque es espejo de la realidad. Acaso, también, porque sintetiza el pensamiento como la praxis de un discurso teórico. Y es así que el yo poético se deja fluir y describe lo que siente y lo que le sucede —sin que implique, necesariamente, una reflexión sobre ello. 

Estamos ante una lírica que crece en su desarrollo por la riqueza de abordajes, así como por su imaginería; poesía que nombra lo que existe en un lenguaje que no riñe, las más de las veces, con lo tradicional ni desdeña lo simple; poesía que llega para conmover. Carolina Zamudio escribe sus poemas desde un lugar poderoso de intuitivo conocimiento. Deja que la realidad brille, la atraviese y la deslumbre, para así interpretar el mundo y expresarlo. 
JORGE PAOLANTONIO
Buenos Aires, febrero de 2016








TEORÍA SOBRE LA BELLEZA 

La belleza no cabe 
en un trozo de papel
sí en los ojos. Como ajustar
el enfoque de una lente
por detrás.
No en la punta de la lengua
más allá. 
Cabe en el aire
al abarcar el ser.

Puede asirse la belleza
en silencio al reposar el cuerpo
desde atrás, en eso de ser
atesorar lo que haya sido
y bello es.

La belleza habita en la oscuridad
el don que nos fue dado oculto
la cáscara que se quita
lo bello es un fin vacío de principios
nace en el último tramo del próximo deseo.

La belleza abraza la luz de la muerte
o desata la nebulosa de la vida. 



CENTRO Y FIN 

I

El último abrazo
antes de la primera muerte
el franco coqueteo con la locura
la vez que el amor
fue un pozo
absoluto 
como el cosmos
el aliento originario de un más allá difuso
de la única verdad
que es el nacimiento.


II

La vida no está allá 
ni entonces.
La vida es esta
este aliento, esta piel
esta sensación de pozo seco
de colmena abandonada
de centro y de fin.


III

El vacío tiene el peso 
de lo absoluto
nunca menos. 
Centro.
El vacío es
la medida del mundo.


UN TROZO DE VIDRIO   


Nada tengo 
y todo al mismo tiempo.
Río de ideas
que se alimentan en algún arroyo 
denso de infancia.
La copa en la mano
como toda medida del ahora.

Pasado y futuro no importan.

Intervalo fugaz
—ya no es—.
Aquí hay
un trozo de vidrio.


PLENITUD 


Al amparo del árbol de la sabiduría india 
en la letanía impasible de la tarde
con los brazos abiertos y las palmas al cielo.

Vuela una mariposa 
y su impudicia
modesta síntesis de mundo en los ojos.

Templar belleza 
mirando bajo las arrugas 
la longitud de la nariz
el bosquejo del aliento
los pliegues de las orejas 
hasta dejarla ir.  



ARRAIGO

Quizá sea un roble
con aroma a eucaliptus
cuyas raíces son ramas
que tanto anclan un fondo
como rozan una cúpula.

Exilios ciertos 
ni hazañas tengo 
la casa es campo de batalla
el cuerpo es la casa. 
Alma
espíritu y vacío habitan en ella.
A veces en el silencio humeante
que presagia los sueños
me paro ante mí y pido.

Casi siempre me obedezco

Alguna vez quizá plante un árbol
ahí donde mueren las palabras.
Por ahora me conformo con ser durazno
y que su piel desgarres, hija de una tierra 
que tanto me crece como me carcome
rama de un tronco que se deshilacha lerdo 
fruto del fruto de una y otras ramas
que crecen desordenadas, profusas.
Jardinera del desarraigo
quizá 
alguna vez yo misma plante ese árbol.


NUEVO RITUAL 

El cuadro que hoy completo 
hace un tiempo no era
yo, antes de los pinceles
ni mis manos antes de la paleta. 

Como estas palabras que aún no 
son pero quieren
la suavidad del vino en la boca 
una noche que sí es —lo sé por la furia de afuera—
los ángeles que velan el sueño de las niñas
mientras la madre pinta, mientras la madre crea
y el padre atraviesa un océano 
sin pedir a cambio nada
navega aire de olvido
adivina un frío que aquí no merodea.

Quizá mañana armemos un árbol
un deseo, quizá, pidamos también  
las niñas bailarán invocando fiesta
la madre les hablará de los días allá lejos
llegará el padre, un brindis 
se colgará el cuadro, se prenderá la estufa a leña
se iniciará un ritual que atraviese océanos
nuevo, uno que antes no era.


CARICIAS 

La gente anda llena de consejos 
y los lanza como piedras.

De palabras se erigen
infalibles murallas
y solo ellas mismas —otras— 
pueden demolerlas:
sutiles como ostras frescas
carnosas como mangos maduros
blancas como nardos.

Lo menudo como avío
para un gran cambio. 

Mejor aún, pronunciadas al pasar
al descuido
delgada caricia 
para quien quiera atraparlas.

Palabras, no piedras.


PARIRSE 

Parirse, ¿se puede?

Dice que sí y argumenta:
volver a nacer como acto inaugural
y básico. Infrecuente egoísmo.
Loba que aúlla a la aureola traslúcida de un lucero
ojos precisos 
intensos como lente 
lazarillo que obtuvo su acta de emancipación
y con lágrimas de tinta imprime ahora historia. 
Pelos al viento, corriente
libertad soldándose a la cara. 

Parirse se puede.


ATARDECER DE CULTO   

I

Las cosas bellas también se lacran.  
Cuando terminan pueden doler 
como si algo se soltara. Pesar
como lo perdido. 


II

Atardece. Un párpado a punto de cerrarse.
Un dios que no es mío 
ofrece sus prodigios.
Artista solitario que golpea 
justo a los vacilantes
guiña un ojo escondiendo un sol 
y nada hay allí de culto. Todo
solo belleza que atardece.


EXTRANJERA 

Puedo extrañar 
a quien no fui
en aquellas tierras
que tampoco fueron mías.

Una brisa furiosa  
me planta y abandona.  

No atina a besar
a esta que tampoco soy:
nuevo paisaje 
en el que un faro indigente 
distante se esmera en alumbrar.
Yerta, pesados los brazos 
en cruz.


ILUSIÓN DE SÁBADO


Agua se derrama hacia los ojos
nada quiere contenerse
cúpula magistral y abierta 
enfatiza
todo siempre estuvo allí.

Día vital y sin matices
suspiro profundo desde el estómago
la fuerza de la mano derecha 
sobre el lado izquierdo del pecho.

La holgura del propio amor 
sostenido y recóndito.

Son mentira
el sol, los pájaros, el cielo y su azul
el verde que estalla una verbena íntima
sábado, en la paz de una selva personal.

                                                                                                                                       Es mentira el día 
                                                                                                                                       sin ojos 
                                                                                                                                       que lo vean. 



ESBOZO PARA UN AUTORRETRATO 

                                                                                                                       No nos fue dado un guion. 

Intuí al nacer que el paraíso me fue negado 
la premura de parto 
alumbró un camino en sombras
un trasluz de audacia que me ubica en bordes
por allí, erguidas o doblegadas 
van las noches.

                                                                                                               Tampoco nos fue dado un final. 

Huyo del paraíso
me entrego a la lucha de los hombres
que es la falta de certezas
el exiguo tintineo de palabras
la razón o el amor, según el día
la convención, precaria
de la felicidad.



OBVIEDAD DE HAMACA 

I

No puede reconocerse
al ver su cara en el espejo 
¿Quién pudo, acaso, con los reflejos
y otros íntimos conocimientos?  
Somos anécdotas 
lo que ignoramos 
o muestra una ilusión.

II

La obviedad de la hamaca
lo pendular de abarcar 
eso efímero en movimiento.
Estrujarnos palabras
y quizá allí ser poesía. 

III

Las manos moldean 
enredaderas 
versos, orgasmos
las mismas, esas, manos. 
Jugar a la vida con sus máscaras
amante inadvertida
el día hace
la tarde duda
la noche crea 
espejo en el que balancearse
la vida hamaca.


SIN RED 

En tierra de mariposas
a la caza de sofismas.
Sin red.
La noche tiene un balcón
con vista hacia adentro.
A veces ingreso.

Amo el silencio que duerme
la casa. Y yo
todo agita
yo muchos, ninguno
desde afuera hacia un bullicio único
que todo ancla
vierte.
Noche: tus pasillos me develan 
el infinito 
y ese yo.  
Los otros claudican. 


LUZ DE MIS SOMBRAS 

I

Quizá vuelva a encontrarte luz de mis sombras
y como viento de paso que has nacido 
toques mi hombro 
—sea mayo, Buenos Aires—
un nuevo aliento cargado de fronteras vista lo que llamamos hogar 
la música sea corriente doméstica que nos proteja del mundo 
nuestros silencios: los polos de un imán.
Y pisemos el pasto o nos llenemos de olas
las niñas sean voces que vuelvan abrazos 
y sepamos que fuimos solo lo que pudimos 
temprano o sábado, algo que de espaldas a nosotros 
pareciera volver a empezar.

Quizá no sea mayo, menos Buenos Aires
ni me quede un hombro donde apoyes la mano 
pero seas una estela que navega 
por un río de luz. 

II

Hoy en cambio quiero ser esa brasa que te incendia  
como la línea delgada de plata que sobreviene sobre el mar 
                                                                                                         a espaldas del horizonte la tormenta
pero soy oscura 
te apago con lo sombrío que llena 
me debato entre lo que potencia y reprime 
voy siendo esa víbora que se arrastra 
lleva en la piel lo que el camino desecha 
una profundidad de aljibe  
un río de rápidos  
viento que arrebata la calma que te fue dada 
calma que se conforma con fundirse 
al silencio que vive justo al medio de tus labios.
Aunque puedo ser la nada que eliges que sea 
y a veces fehacientemente soy
no soy, no eres. 
Nada.  



CODICIA 

Hay reparo, avaricia en los bordes de la lengua
lo que se derrama todo inunda
un hueco de luz amanecido ancla 
a una ventana la tarde
la frescura densa del agua
agita a lo lejos

por el ángulo de mis piernas sale el sol 

donde antes se escatimaba un cuento 
fantástico relato delira jadeante
la magia que cabría a lo lábil del momento
en historias prestadas oscurece demente
no hay ahora, nunca, quien extraiga y cuente 
que dos cuerpos usados apenas improvisan.


LLORAR

Llorar no es limpiarse
es mojar un vestido 
correr el maquillaje
ahuecar los surcos de la cara
como cauce de deshielo
es sangrar del color de la piel 
dejar algo esparcido
con anticipación, sobre la tierra. 

Limpiar los ojos sí.
Después de llorar 
lo que se ve recupera el foco
el paisaje es más claro 
la flor naranja, intensa
hasta el tacto más sensible.

Limpiar 
es solo cosa del agua
quizá de la lluvia, que no es agua 
solo un rito que esclarece.

Las lágrimas son como de aceite 
deslizan aquello
que —desde adentro—
viscoso
no puede más que verterse. 


ENTERA

De boca en boca
del alimento al beso
recodo en la palabra.

Dar de comer 
entregar
entera desde esta inmensidad
y finitud 
desde mí
en el mundo.

Todo
desde esa boca que espera
el mordisco
desde esa otra boca
que concierta y se funde en esta.   

Casi nada, ínfima
desde el cosmos
que —también— mide
se desboca.


INUNDACIÓN

Hay un par de zapatos 
jugando bajo tu cama.
Parece que también hay víboras
te atan a las sábanas.
Un cortocircuito, una historia rebanada
un trago áspero 
tu alma en el espejo delineando sudor.
Parece que la inundación fue por tu llanto
no cesó ni en los paros
a los que se atrevió tu corazón.
Parece que el amor abrió 
de golpe la ventana
y sin haberlo pensado hizo lo suyo
el suicidio mejor.
Hay una mujer amarrada a una cama
una historia en pausa

entre alambres de púa.



ILUSIONISTA 


De la soledad
el cajón abierto en el alma
niñez de palabras atragantadas
del miedo al goce que paraliza el cuerpo.
Hablabas con la determinación del temporal 
que recién comienza
ojos negrísimos curtidos de tanto mar
la palabra alta, chispeante y clara.

Yo empezaba a confiar
en una seducción de ilusionista
encantadora de serpientes.

El aire amalgamaba furia y sosiego
la gente se disolvía
sonaba una melodía que
quizá, fuera Bach
en dos direcciones 
algo nacía.


DETRÁS DE LOS ÁRBOLES

Dulces tardes de castañas tostadas
miro el otoño desde la ventana 
veo pasar
—secuencia perdida, hilván de puntadas largas—
el camino hasta aquí.

El azar me trae remotamente, tironea
el cuadro sin acabar detiene el momento:
“no te atrevas a hablarme”.

La noche se apura detrás de los árboles desguarnecidos
y solo sé que esta tarde volverá ocre
a rodar su cadena de dudas 
cuando delante esté 
¿el mar, el desierto, las pampas?
la paleta desvanezca marfiles   
los convierta en recuerdos.
Alguna vieja palabra punzante
este profundo silencio de la casa
todo vendrá.


Y SE DEJÓ SER SILENCIO  

La misma noche, nunca acaba
olor a fin de infancia
el amor respira doliente.

La misma noche, el mismo olor
disueltos y añosos besos 
compasión de luna de agua. Vieja.

La misma noche, perder lo no perdido.

La misma noche, suspendida en tiempo
el mismo mío olor en él 
una almohada me piensa
me duerme
me encuentra ausente  
por primera vez inmensa.

La misma noche, el mismo olor
como alguien que leyó el destino 
y se dejó ser silencio.  



LUZ 

Sola. 
No madre, no hija, no amante. 
Artesana, camina entre las dudas. 
Las certezas son del sol. 
Con lágrimas, es de porcelana. 
Cuidado con tocarla. 
Se quiebra.

Agnóstica y maltrecha.
El vientre curtido de desgarros
cuchilladas.

La sombra del pasado
un grito de agonía.

Femenina 
en lo que un día se duele
desentrama

se incendia 
cuando lo sangrado es luz.


CANSANCIO


Deberíamos morir todos así, de golpe 
y clava su lengua de acero recién afilado
justo en medio de la médula de mi noche.

Sostengo el cansancio entre temblores 
y ella sigue —cándida y cruel—
tejiendo su día:
lo que queda de una enferma que aún respira 
aunque quiera dejarse ir 
que los restos de su madre sepultados años ha
deben ser cremados 
que la muerte, la vida, la muerte.

Algo tenue, umbilical, nos mantiene 
mientras una voz frenética hila dentro mío
quien me dio la vida debería abstenerse 
de mezclar banalidad  
con cuestiones tan cruciales: 
la noche y el cansancio.


SIETE 


Como gotas que la gravedad vuelve charcos
uno a uno moldeamos instantes
y entregando lo diario
azuzamos también el destello 
ligero de la trascendencia.

Seremos una mirada 
imágenes, uno o varios desencuentros
palabras
un día cualquiera, silencio.

Siete pasos separan
de vez en cuando del abismo
no se cuentan. Se imaginan.
Se relata como cronista
esa muerte premeditada
que no será  —por poética—
nada más que eso.



CERTEZA 

La muerte no se llora en remolinos de certeza. 

Sucede —casi siempre— en medio de arrebatos 
de una alegría a otra
se calla y fecunda en el centro del miedo. 
La vida es una grieta de luz 
que transcurre entre el negro más puro 
y la oscuridad infinita. 
Vivimos encendiéndonos estertores 
no lloramos porque estamos mudos 
y —como música de cajas huecas— 
queremos escapar del cuerpo buscando alivio. 
La muerte anda por ahí burlona
aguijonea eso que nombramos ausencia
es quien manda a otros a que vistan el cuerpo. 

Entonces tememos no ser rozados 
abrazados ya por nuestros hijos.
Conjeturamos, tarde, otros finales 
como dueños de esa vida que compartimos 
—tiempo y espacio—. 
Huimos, esquivamos
nos plantamos arrogantes desvalidos 
ante nuestra propia vida.
Si acaso contuviera ese mohín 
que no llora o se llena de argumentos: 
ante nosotros, los otros 
y el único con una certeza. 

Creemos vivir 
un espasmo
un cortocircuito
un infarto en la carrera entrecortada por el sueño 
como ese del que despertamos 
preguntándonos si es cierto 
si seguimos vivos 
o acaso fuimos nosotros. 
Y descubrimos que la muerte puede ser 
ese instante luminoso 
que sucede tras el negro y largo rato 
que alguien nombró vida. 

La muerte vive y es la única certeza. 



OTOÑO 

                                                                                                                                    Si muero en otoño 
                                                                                                                seré redimida por mi falta de fe.

Si muero en otoño 
mi cuerpo vuelto polvo
volará al fin libre 
—cadencia de hoja—
ocre, amarillo.

Si muero en otoño, joven  
viva quizá con tesón 
en las mujeres de mi descendencia.
Pues si muero en otoño este canto 
será un presagio dulce lanzado de madrugada
al arrullo de los espasmos de mi madre
que duerme la casa de la infancia.

Si no es otoño, acaso, que alguien sepa 
que la dulzura de castañas
la íntima penumbra de un atardecer cualquiera
hubiera sido el escenario certero
para deshojar de una vez, ese, el día.



LOS ZAPATOS EN LA HAMACA 


Los zapatos de la muerta en la hamaca. Aparecieron en sueños. Me empujaron al día. 
Estaban justo debajo de la hamaca en el patio de mi casa. Eran cerrados, color cobre. Era 
el patio de la casa de mi madre. Mi casa. Era la hamaca de mis hijas. Ella. Esos 
zapatos eran de la muerta. ¿De quién? Solo supe que había muerto.  

La memoria trae en sueños 
muertos desconocidos. Profanados. 
¿Quiénes son estos a quienes la vigilia trae en sueños? 
No son míos. Despierto solo para recordarlos. 
Me alerta su urgencia de que los recuerde. 
¿Salvarlos del olvido? 
¿Necesitan descansar en paz? Como yo. 
No me dejan. Mi conciencia en reposo se resiste a morir. 
Despierta y vive muertes. 
Cierta memoria aún vive en mí. 
O vivo para revivirla.  
Al alba, junto conmigo. 


TODAVÍA  

Nada le pide y ella tiene mil palabras
que se caen de los pliegues del silencio.

La noche amalgama —acompasada—
un lado pulcro, disciplinado
con un lodazal 
abundante en símbolos.

La luna —cuándo no— esa ilusión
de luz reflejada e íntimo telón.
Ella piensa (por primera vez)
la vida y la muerte 
como juego de reemplazos: sobre una cama.
Y en la punta de la lengua 
sostiene un todavía.


MIS MUERTOS 

Llevo mis muertos vivos en mí.

Vienen de mañana a extasiarse en mi mano
cuando acarician luminosos
las frentes de mis hijas. Uno mira al espejo
en mis ojos
de un pardo más ocre que verdoso
asomando enigmático por los párpados caídos
de otro muerto que vive en mí
hasta que la muerte nos separe.






CAROLINA ZAMUDIO (Curuzú Cuatiá, Argentina, 1973). Poeta y narradora. Periodista y Magíster en Comunicación Institucional y Asuntos Públicos. Publicó Seguir al viento, (Argentina), La oscuridad de lo que brilla, edición bilingüe español/inglés, (Estados Unidos), Las certezas son del sol, (Argentina) y Teoría sobre la belleza y otros poemas, (Argentina). Ganó el Premio “Universitarios Siglo XXI” del diario La Nación de Argentina. Residió en Emiratos Árabes Unidos, Suiza y Colombia, donde vive en la actualidad. Participó de festivales y encuentros internacionales de escritores en Argentina, Colombia, Cuba, Ecuador, Estados Unidos y Perú. Fue incluida en antologías de Argentina, Colombia, España y Estados Unidos.